Pasaba por la Plaza Risorgimento cuando oí que me llamaban: —Eh, macho..., ¿que haces por aquí? Era Staiano, un amigo de los viejos tiempos, cuando vendíamos juntos cigarrillos en el mercado negro, en la vía del Gambero. No andaba boyante, lo noté enseguida; y cuando le dije que yo no hacía nada, aunque en realidad tampoco podía decir que estuviera parado, puesto que nunca tuve un oficio, me cogió del brazo y me dijo que él podía hacerme ganar, sin gran trabajo, mil o dos mil, o incluso tres mil liras diarias. Le pregunté de qué manera, y él, entonces, empezó con muchos rodeos. Dijo que los tiempos eran duros, que había montones de gentes que, pese a tener un oficio, no podían vivir. Dijo que en tiempos como estos los hombres se dividían en dos categorías: los que tenían ríñones y los que no los tenían; y los primeros acababan siempre por salir a flote, mientras que los segundos hacían el bobo. Dijo que él estaba seguro de que yo pertenecía a la primera categoría, porque me había conocido en otros tiempos no menos duros y difíciles. Dijo que la propuesta que iba a hacerme quizás me asombraría, pero que no debía interrumpirle, no debía decirle más que sí o no. Yo le dejaba hablar y mientras tanto pensaba que debía de ser una propuesta muy extraña, porque en él resultaban verdaderamente insólitas tantas precauciones. Por último, se calló y yo le pregunté de qué se trataba. Respondió enseguida:
—Se trata de gastar pasta.
—¿Gastar pasta?
—Sí... Yo te doy, por ejemplo, un billete de cinco mil liras... Tú vas, das una vuelta, estudias la situación, y luego pagas con él un café, supongamos, o una cajetilla de tabaco... Luego, me traes la vuelta... Y yo te doy una tercera parte de la vuelta.
—¿Una tercera parte en liras buenas? —le interrumpí, para demostrarle que había entendido.
—Hombre, claro... en liras buenas... ¿Por quién me has tomado?
—¿Y si descubren que el billete es falso?
—Nada... Tú dices inmediatamente que sabes quién te lo ha dado y lo recoges fingiendo indignación.
Yo quería contestar: «Estás loco, ni hablar» —y, en cambio, no sé muy bien cómo, mi boca pronunció:
—De acuerdo, trato hecho.
Después, no podría siquiera decir lo que pasó, tan asombrado estaba de mí mismo, de haber aceptado y de continuar aceptando. En fin, me dio un billete de diez mil liras, diciendo que ese día quería ponerme a prueba; y quedamos a las ocho de la noche, en los jardines de la Plaza Risorgimento. Eran las dos de la tarde.
Y heme aquí con un billete falso de diez mil liras en el bolsillo y con la esperanza de ganar, así, como jugando, más de tres mil de las buenas. De pronto me sentí rico y ocioso, como si hubiera tenido por delante no una tarde, sino toda una semana o un mes, y hubiera podido satisfacer todos mis caprichos antes del momento, que veía muy lejano, en el que me decidiría a gastar mi billete falso. Además de las diez mil liras de Staiano tenía en el bolsillo unas mil quinientas liras buenas, y pensé que podía pisar fuerte, ya que contaba con dos o tres mil liras diarias, seguras, quién sabe durante cuánto tiempo.
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