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¡¡¡¡¡SALUDOS MEXICO¡¡¡¡¡¡¡

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blogs de los alumnos ies joan miro

Concurso " Mejor receta"

La mejor receta de paella , chipirones o ceviche que tenga buen sabor y no sea complicada de hacer, recibirá como premio 60 euros .
La que obtenga más "me gusta" a través del facebook .
La explicación ha de ser sencilla que entienda todo el mundo .
La receta será enviada a todos los centros de estudio del español a través del IES JOAN MIRO . Se publicará en la Revista Digital " Vamos al mercado".
El nombre del ganador o ganadora se dará a conocer a través de este facebook .
El ganador/ganadora puede confirmar aquí que ha recibido el premio .
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Anímense y participen ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡



Concurso " Mejor receta"

Workforcelogic

Google siempre ha contado con “raters” que llevan a cabo esta tarea. Pero no desconfiemos, cada incidencia que resuelve google de manera manual tiene que contar con el visto bueno de varios raters (de 5 a 7), para así evitar la picaresca.
El motivo por el que Google realiza este control manual es para que el usuario tenga la mejor experiencia mientras realiza la búsqueda.
Google tiene raters nativos para cada idioma y han de residir en USA. Esto significa que para páginas en Español, los raters han de contratar a un Español que ha de residir en USA y ha de tener permiso de trabajo. Y así con todos los idiomas.
Conozco a varios raters que han trabajado en San Francisco, ya sea desde casa o desde un café, con un horario flexible de 10 a 30 horas semanales (15-20$/hora) y con un tiempo máximo de trabajo en ese puesto de 1 año. Nunca son contratados por google, sino a través de Workforcelogic. Si eres español y tienes permiso de trabajo en USA te animo a que les busques ya que estos puestos siempre están rotando.
saludos!
javier
@jsanchezsierra

TRABAJA EN IRLANDA COMO AUPAIR/CANGURO

TRABAJA EN IRLANDA COMO AUPAIR/CANGURO
 
MUCHAS FAMILIAS IRLANDESAS ESPERAN UNA CANGURO/AUPAIR  PARA HACERSE CARGO DE SUS HIJOS MIENTRAS ELLOS TRABAJAN.

VIVIRÁS GRATUITAMENTE CON LA FAMILIA. PROPIA HABITACIÓN CON TODAS LAS COMODIDADES. TENDRÁS UN PEQUEÑO SUELDO SEMANAL.

 PERFECCIONARÁS TU INGLÉS HABLANDO TODOS LOS DIAS CON LOS NIÑOS QUE CUIDAS Y ASISTIENDO A CLASES DE INGLES SEMANALMENTE.

 PODRÁS PASAR UN MÍNIMO DE 8 MESES EN CASA DE LA FAMILIA.

PODRÁS CONOCER LA BONITA Y VERDE IRLANDA DURANTE TUS DIAS LIBRES.

SE REQUIERE NIVEL MEDIO DE INGLÉS. EXPERIENCIA DEMOSTRABLE EN EL CUIDADO DE NIÑOS O BIEN TITULACIÓN DE EDUCACIÓN INFANTIL.

MÁS INFORMACIÓN EN: admin@finamartinez.com



Muchas gracias por vuestro servicio,
Fina Martinez
Responsable Agència
Aupairing in Britain
Cr.Jaume Casanoves,29
08820 El Prat de Llobregat
Telèfon: 93 4792799
Mobil: 627 69 61 07
SKYPE:aupairinginbritain
TWITTER:workingabroad





Lúcidos, atormentados, sensibles y crueles
Hola , os escribo a todos y a todas compañeros  .

Cómo no sabía por dónde empezar , he buscado en internet a traves de
una frase que aparece en nuestro blog y me he quedado con la pregunta
¿ a qué le llaman un ordenado caos?
1ª A La lucha diaria entre lo que debo hacer y lo que quiero hacer y
no me dejan.
2ª A la lucha interior le quiero pero no me conviene.
3ª a navegar por este mundo entre lo que nos obligan las leyes y lo
que nos dicta nuestro sentido común , cada día más presionado por la
moda, la tele, las amigas, los amigos, el facebook, el hiv5,
4ª el ansia descontrolada de buscar la felicidad que nos lleva por
caminos tan difíciles como nosotros mismos .

En fin voy a desayunar , espero no haberos cansado , si teneis ideas
frescas y quereis compartirlas , aquí estoy .
Sobre todo , aparta de ti todo aquello que te haga sufrir de forma gratuita.

bon nadal - feliz navidad

Lúcidos, atormentados, sensibles y crueles
Hola , os escribo a todos y a todas compañeros  .

Cómo no sabía por dónde empezar , he buscado en internet a traves de
una frase que aparece en nuestro blog y me he quedado con la pregunta
¿ a qué le llaman un ordenado caos?
1ª A La lucha diaria entre lo que debo hacer y lo que quiero hacer y
no me dejan.
2ª A la lucha interior le quiero pero no me conviene.
3ª a navegar por este mundo entre lo que nos obligan las leyes y lo
que nos dicta nuestro sentido común , cada día más presionado por la
moda, la tele, las amigas, los amigos, el facebook, el hiv5,
4ª el ansia descontrolada de buscar la felicidad que nos lleva por
caminos tan difíciles como nosotros mismos .

En fin voy a desayunar , espero no haberos cansado , si teneis ideas
frescas y quereis compartirlas , aquí estoy .
Sobre todo , aparta de ti todo aquello que te haga sufrir de forma gratuita.

Gabriela Cañas entrevista a Alberto Moravia .


Entrevista a Alberto Moravia . ( G. Cañas)

Gabriela Cañas entrevista a Alberto Moravia .
Moravia, que estuvo en Madrid la pasada semana, asegura a sus 79 años que la característica fundamental de su vida es que ha estado más influida por las cosas que no quería que por las que quería."No quería la guerra y hubo guerra", dice. "No quería el fascismo y hubo fascismo. No quería enfermedad y he tenido enfermedad"


Pregunta. ¿A usted le gusta mucho viajar?.

Respuesta. Los viajes se basan en el exotismo. Se busca en otras partes lo que se cree que no se puede encontrar en casa. Por ejemplo, Stendhal estaba enfermo de exotismo italiano, y Merimee de exotismo español.

P. ¿El viaje es una fuente literaria o es una fuente de vida?

R. Es una fuente de vida.. nunca he escrito novelas sobre África, pero he hecho viajes bastante complicados. Por ejemplo, por dos veces he recorrido el río Congo pero no he escrito novelas sobre el Congo, sólo artículos. Todas mis novelas se desarrollan en Roma y en sus alrededores.

P. ¿Es el viaje una evasión de la vida cotidiana?

R. No. No es una fuga, una huída. Un viaje es un trauma, un choque. El viaje no es agradable. Muchas veces lo desconocido es desagradable, pero a mí me sienta bien a la salud. Me divierto mucho, pero de una manera no turística. Es como una prueba. por ejemplo, en Zaire tardé 16 horas de viaje para hacer 200 kilómetros. Dormí en el suelo o comí de lata, de pie, en la selva. Allí no hay hoteles, no hay gasolina, sólo existen los misioneros que son pobres .

P. ¿Es decadente la vida europea?. No es decadente, es cómoda.

Alberto Moravia escribió su primera novela, Los indiferentes, cuando todavía no había cumplido los 17 años. Todavía recuerda hoy que comenzó a escribirla en octubre de 1925. "Mi padre era arquitecto, pintor diletante. La mía era una familia burguesa normal. Yo soy el que no era normal. Durante mi niñez y juventud estuve enfermo. Tenía tuberculosis ósea y pasé cinco años en cama, así que leía mucho".

Su gran actividad literaria comenzó después de la II Guerra Mundial, cuando produjo Agostino, El desprecio, La campesina, El aburrimiento, La romana... Alberto Móravia no tiene descendencia. "Nunca he podido tener un hijo porque con mi primera mujer, Elsa , hubo la guerra y unos acontecimientos que nos lo impidieron . Luego, cuando quisimos tener hijos, también hubo otros problemas... Me gustan mucho los niños, pero no siento la necesidad de tenerlos".

Su novela La vida interior, publicada en 1979, fue secuestrada en Italia por obscena. Su última novela, El hombre que mira, está muy relacionada con su honda preocupación sobre la energía nuclear preocupación que trasladó al Parlamento Europeo como miembro del mismo.

Ahora está escribiendo una novela "sobre la necesidad de la familia". Se trata de una necesidad que tampoco siente él particularmente. "Supongo que si existe la familia es que existe la necesidad".

Alberto Moravia, casado desde enero con la tudelana Carmen Llera, de 31 años, estuvo en Madrid para hablar de su propia literatura y de su amigo P.Paolo.
La amistad es para Alberto Moravia "una forma de estar juntos sin hablar"; es posible que por ello se cierre en frases tajantes cuando habla de su amigo.


P. ¿Qué valora de la amistad?

R. Es una forma de estar juntos sin hablar.
P. ¿Le molesta hablar, explicarse? R. No, pero para comunicarse a través de la amistad no hacen falta palabras.

P. ¿La pérdida de una amistad es también la pérdida de una parte de sí mismo?

R. Cierto. La muerte de Paolo fue una catástrofe. Él no tenía muchos amigos. Yo tampoco tenía entonces muchos amigos. Él era uno de ellos.

P. Dijo usted una vez que los artistas rara vez son revolucionarios.

R. El arte es conservador. Conserva la realidad; la coloca fuera del tiempo. Por eso el artista tiende a ser conservador, pero como está muy cerca de la naturaleza también es revolucionario, porque la naturaleza no es conservadora.
P. Es una contradicción.

R. Pero nosotros vivimos de contradicciones.

El amante rechazado : Recuerdo de Circe ( frag.)


Y o, Euríloco, compañero de Ulises, habiéndome enterado de los cuentos que se ofrecen acerca de nuestra estancia junto a Circe, quiero que se sepa lo siguiente.
Ante todo, no es verdad que Circe transformase a nuestros compañeros en puercos con un sencillo toque de varita. No vi ninguna varita; ni noté en el vino que ella nos dio a beber el sabor del brebaje mágico del que muchos hablan. La verdad es, en cambio, que la metamorfosis fue mucho más lenta y gradual que lo que habitualmente se cree; y que, en otras palabras, no se volvió puerco sino el que lo quería. Deseo que se tome nota de esta afirmación porque la considero de suma importancia. Pese a tener los medios para hacer de nosotros los animales que quería, Circe se abstuvo de intervenir; y esto, por la excelente razón de que su intervención no era necesaria ni mucho menos. Ella dejó que las voluntades —estaba a punto de decir las vocaciones— se orientasen libremente, dado que no ignoraba que en su tierra la transformación de hombre en puerco era fatal para algunos de nosotros. Habéis de saber que es una propiedad singularísima y portentosa del sitio en que vive Circe que todos aquellos que no son dignos, por algún vicio o debilidad, de seguir siendo hombres, en breve lapso se convierten en puercos. Si esta propiedad es efecto de las artes mágicas de Circe, o si procede de algún otro numen indígena, no lo sé. Pero la frecuente presencia de náufragos en aquella región permite a Circe reaprovisionar constantemente sus dÜatadas porquerizas.
Lo que me parece más notable en la triste suerte de aquellos entre mis compañeros que se convirtieron en puercos es que ninguno de ellos, aunque reiteradamente avisado y puesto en guardia, pareció nunca darse cuenta de la fatalidad que lo dominaba. Más aún: hubo, por así decirlo, una carrera hacia la pocilga; desarrollándose la transformación no entre la repugnancia, la humillación y el miedo de los transformados,

Alberto Moravia . La campesina


Cuando lleguen los ingleses, volverá la abundancia, Filippo.
Uno de aquellos días en que , como de costumbre, hablaban de comida, presencié un altercado entre Filippo y Michele. Filippo estaba diciendo:
-....Eso, ahora me gustaría tener un buen cerdo , sacrificarlo y hacer en seguida las chuletas, hermosas, un dedo de gruesas, cada una de quinientos gramos....Sabéis, quinientos gramos de cerdo es algo que te hace revivir.
Michele, que por casualidad le estaba oyendo, dijo de pronto:
Sería , en verdad, un caso de canibalismo.
-¿Por qué?
-Porque el cerdo se comería al cerdo.
A Filippo le sentó mal oírse llamar puerco por su hijo, se puso muy colorado y dijo con voz estentórea:
- Tú no respetas ni a tus padres.

Alberto Moravia.La campesina


La campesina ( fragmento 4 )
Entonces, dije:
—'Bueno, lo ves, son cosas que pueden ocurrir... No digo que Paride tenga razón, pero, en fin, no es del todo imposible.
Se echó a reír y dijo:
—Ojalá que las cosas anduviesen todavía hoy de ese modo.
Total, que no restaba sino esperar, en vista de que el desembarco, por un motivo u otro, había fallado. Pero, como dice el proverbio, quien espera desespera y nosotras, allá en Santa Eufemia, durante todo el mes de enero y luego también el de febrero, no hicimos sino desesperarnos un poco más cada día. Las jornadas, además, eran monótonas porque ya todo se repetía y cada día ocurrían las mismas cosas que habían ocurrido durante los últimos meses. Cada día había que levantarse, partir leña, encender la lumbre en la cabaña, hacer la comida y comer y, luego, vagar por las macere para matar el tiempo hasta la hora de la cena. Cada día, además, venían los aviones a tirar bombas. Cada día se oía desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana el retumbo regular de aquellos malditos cañones de Anzio que disparaban continuamente y que, por lo visto, nunca daban en el blanco, porque ni ingleses ni alemanes, como sabíamos, se habían movido. Cada día, en suma, era igual al día anterior; pero la esperanza, excitada ya e impaciente, lo hacía más tenso, exasperado, doloroso, aburrido, interminable y extenuante que el anterior. Y aquellas horas que, al principio de nuestra estancia en Santa Eufemia, habían pasado tan de prisa, ahora no acababan nunca de transcurrir y era en verdad un agotamiento, una desesperación indecibles.
Lo que, sin embargo, contribuía más a hacer exasperante la monotonía era aquel hablar continuo, que todos hacían, de cosas de comer. Se hablaba cada vez más porque cada vez había menos; y en las conversaciones, ahora, ya no se traslucía la nostalgia de quien come mal, sino el miedo de quien come poco. Ahora, ya todos hacían solamente una comida al día y se guardaban muy bien de invitar a los amigos. Como decía Filippo:
—Todos amigos entrañables, pero en la mesa, con estos tiempos, cada cual por su lado.
Los que lo pasaban menos mal seguían siendo los que tenían dinero, o sea Rosetta y yo, Filippo y otro refugiado que se llamaba Geremias; pero también nosotros, que éramos, como suele decirse, adinerados, presentíamos que pronto el dinero ya no nos serviría de nada.

Alberto Moravia . La campesina


La campesina ( fragmento 5 )
¿Qué comíamos? Comíamos una vez al día unas pocas habichuelas hervidas con una cucharadita de manteca de cerdo , un poquito de tomate en conserva, un trocito de carne de cabra, y algunos higos secos. Por la mañana , como ya he indicado, algarrobas o bien cebollas y una delgada rebanada de pan. Sobre todo faltaba sal y eso era terrible, porque la comida sin sal no se puede siquiera tragar, pues, apenas entra en la boca dan ganas de vomitarla; de tan sosa y casi dulce parece una cosa muerta y putrefacta. De aceite no había ni una gota siquiera, de manteca, apenas me quedaban dos dedos en el fondo de un tarro. De vez en cuando, había suerte, como una vez que pude comprar dos kilos de patatas. O bien , otra vez, que tuve ocasión de comprar a unos pastores un queso de oveja que pesaba cuatrocientos gramos , duro como la piedra, pero bueno, picante. Pero era cosa de suerte, es decir, casos raros con los que no se podía contar.

EL CAMIONERO



SOY flaco, nervioso, de brazos delgados, piernas largas y el vientre tan plano que los pantalones se me escurren; en fin, soy justamente lo contrario de lo que hace falta para ser un buen camionero. Miren a los camioneros; son todos como castillos, con hombros anchos, brazos de cargadores, espalda y vientre fuertes. Porque el camionero se basa sobre todo en los brazos, la espalda y el vientre: los brazos, para mover la rueda del volante, que en los camiones tiene casi el diámetro de un brazo, y que a veces, en las curvas de montaña, hay que darle una vuelta completa; la espalda, para resistir el cansancio de estar sentado horas y horas, siempre en la misma posición, sin quedarse dolorido y rígido, y, por último, el vientre, para estar perfectamente quieto, hundido en el asiento, encajado como un peñasco. Esto en lo que respecta al físico. En cuanto a lo moral, todavía soy menos adecuado. El camionero no debe tener nervios, ni la cabeza a pájaros, ni nostalgias, ni otros sentimientos delicados; la carretera es exasperante, capaz de matar a un buey. Y lo que es en mujeres, el camionero debe pensar poco, igual que el marinero; porque si no, con su continuo ir y venir, se volvería loco. Pero yo estoy lleno de pensamientos y de preocupaciones; soy de temperamento melancólico; y me gustan las mujeres.
Sin embargo, pese a que no era un oficio para mí, quise ser camionero y conseguí que me contratara una empresa de transportes. Me asignaron como compañero a un tal Palombi, que era, puedo decirlo, un verdadero bruto. Exactamente el camionero perfecto; y no es que los camioneros no sean, a menudo, inteligentes, pero él tenía también la suerte de ser estúpido, de manera que formaba un todo con el camión. Aunque ya era un hombre mayor de treinta años, le había quedado algo de chiquillo: una cara redonda de mejillas abultadas, unos ojos pequeños bajo una frente estrecha, una boca cortada como la de una alcancía. Hablaba muy poco, casi nada, y preferiblemente a gruñidos. Sólo se aclaraba un poco su inteligencia cuando se trataba de cosas de comer. Recuerdo una vez que entramos, cansados y hambrientos, en una hostería de Itri, camino de Nápoles. No había más que judías con tocino, y yo apenas si las probé, porque me sientan mal. Palombi devoró dos platos llenos, y luego, repantigándose en la silla, me miró un momento, con solemnidad, como si fuera a decirme algo muy importante. Pronunció, por último, pasándose una mano por la barriga:
—Me comería otros cuatro platos.
Este era el gran pensamiento que había tardado tanto tiempo en expresar.
Con ese compañero, que parecía un tarugo, no les digo lo contento que me puse la primera vez que encontramos a Italia. En aquella época hacíamos la ruta Roma-Nápoles, llevando las cosas más diversas: ladrillos, chatarra, madera, fruta, bobinas de papel de periódico, e incluso, algunas veces, pequeños rebaños de ovejas que se desplazaban de un pasto a otro. Italia nos paró en Terracina, pidiéndonos que la lleváramos a Roma. Nuestras órdenes eran no recoger a nadie, pero, tras haberle echado una ojeada, decidimos que en aquella ocasión la orden no valía. Le hicimos señas de que subiera y trepó ágilmente, diciendo:
—¡Vivan los camioneros, siempre tan amables!
Italia era una muchacha provocativa…………………….

Alberto Moravia . Cuentos romanos : El rorro

Un día que mi mujer andaba de mal humor le dijo la verdad a aquella buena señora que nos traía la ayuda de la Sociedad Asistencial de Roma y que no dejaba de preguntarnos por qué traíamos tantos hijos al mundo: “Si tuviéramos dinero, en la noche iríamos al cine… Pero como no lo tenemos, nos vamos a la cama y así nacen los hijos”. La señora se sintió ofendida al oír tales palabras y se fue sin decir nada. Yo regañé a mi mujer porque no es bueno decir siempre la verdad, y antes de decirla uno debe saber con quién trata. Cuando era joven, antes de casarme, a veces me entretenía leyendo la nota roja del periódico de Roma, en la que cuentan todas las desgracias que le pueden suceder a la gente, como robos, asesinatos, suicidios, accidentes callejeros. Y de entre todas estas desgracias, la única que me parecía imposible que pudiera pasarme, era la de convertirme en lo que el periódico llamaba “un caso piadoso”, es decir una persona tan desgraciada que inspira compasión sin que le haya ocurrido ninguna desgracia en especial, sino así nomás, por el solo hecho de existir. Era joven, como ya he dicho, y aún no sabía lo que significa mantener a una familia numerosa. Pero ahora, con asombro, veo que poco a poco me he convertido en un verdadero “caso piadoso”. Leía, por ejemplo: viven en la más negra de las miserias. Bien, yo vivo ahora en la más negra de las miserias. O bien: viven en casas que de casa sólo tienen el nombre. Bien, yo vivo en Tormarancio, con mi mujer y seis hijos en un solo cuarto y, cuando llueve, el agua va y viene por todas partes . En otra ocasión: mi esposa, infeliz, cuando supo que estaba embarazada, tomó una decisión criminal: deshacerse del fruto de su amor. Pues bien, de común acuerdo tomamos esta decisión, mi mujer y yo, al descubrir que estaba embarazada por séptima vez. En fin, decidimos abandonar a la criatura en una iglesia, tan pronto como lo permitiera el clima, confiándola a la caridad del primero que la encontrara. Mi mujer gracias a la intercesión de esas buenas señoras, se fue a parir en el hospital y, luego, apenas se sintió mejorada, regresó a Tormarancio con el nene. Al entrar al cuarto, me dijo: “¿Me creerías que, a pesar de que un hospital es un hospital, me hubiera gustado quedarme ahí con tal de no regresar nunca?”Era un nene hermoso y robusto, con un galillo muy fuerte; así que por la noche, cuando se despertaba y comenzaba a llorar, ya no dejaba dormir a nadie. Cuando llegó el mes de mayo y el aire se puso bastante tibio como para andar en la calle sin abrigo, salimos de Tormarancio y nos fuimos a Roma. Mi mujer cargaba al nene apretándolo contra su pecho, envuelto en un montón de trapos, como si fuera a dejarlo en un campo cubierto de nieve. Al entrar a la ciudad, tal vez para demostrar que no le dolía, empezó a hablar sin darse punto de reposo, alterada, jadeante, con los cabellos al aire y los ojos desorbitados. A veces hablaba de todas las iglesias donde podíamos dejarlo, haciendo hincapié en que debía ser una iglesia frecuentada por gente rica, porque si lo recogía alguien tan pobre como nosotros, más valía quedarnos con él; en otras me decía que era preferible una iglesia dedicada a la Virgen, porque la Virgen también había tenido un hijo, y podía entender ciertas cosas y le concedería su deseo. Su modo de hablar me cansaba y me ponía histérico, pues yo también estaba mortificado y me inquietaba lo que estaba haciendo, pero me repetía que era necesario no perder la cabeza, mostrarme sereno y animarla. Hice alguna objeción, al menos para interrumpir aquel río de palabras, y luego propuse: “Una idea… ¿Qué tal si lo dejamos en la Basílica de San Pedro?” Ella se quedó pensando un instante, luego repuso: “No, ésa es más bien una plaza de armas… ni siquiera lo verían… Prefiero hacer la prueba en una iglesia chiquita que está en la calle Condotti, donde están todas esas tiendas elegantes… Allí va mucha gente rica. Ése es el lugar”.Tomamos el autobús y, viéndose entre tanta gente, por fin se calló. De vez en cuando envolvía al nene de nuevo, apretado entre su cobijita, o le descubría el rostro, con precaución, para mirarlo. El nene dormía, con su carita blanca y chapeteada, hundida entre los trapos. Estaba mal vestido, como nosotros. Lo único bueno que llevaba eran sus guantitos de lana azul, y tenía las manitas , fuera, bien abiertas, como si los presumiera. Nos bajamos en la plazoleta Goldoni, y de inmediato mi mujer reinició con su parloteo. Se detuvo frente al escaparate de un joyero y, mostrándome las joyas expuestas en repisitas forradas de terciopelo rojo, me dijo: “Mira cuánta belleza… La gente viene a esta calle a comprar joyas y puras cosas bonitas… Aquí no vienen los pobres… Entre tienda y tienda van a rezar un rato a la iglesia… Tienen buena disposición… Ven al nene y se lo llevan”.Decía esto mirando las joyas, apretando al nene contra su pecho, con los ojos de par en par, como si hablara para sí misma. Yo no tuve el valor de contradecirla. Entramos a la iglesia. Era pequeña, pintada de color amarillo, jaspeado, como si fuera de mármol, con muchas capillas y el altar mayor. Mi mujer dijo que la recordaba distinta, y que ahora, viéndola bien, no le gustaba ni tantito. Pero mojó los dedos en el agua bendita y se santiguó. Después, con el nene en brazos, comenzó a recorrer lentamente la iglesia, examinándola con una actitud descontentadiza y desconfiada. De la cúpula, a través de las lumbreras, caía una luz fría pero clara. Mi mujer iba de capilla en capilla, mirándolo todo: bancas, altares, cuadros, para ver si era el caso de dejar ahí al nene. Yo caminaba detrás de ella, a una cierta distancia, sin perder de vista la entrada. Entró de repente una señorita alta, vestida de rojo, de cabellos rubios como el oro. Se arrodilló, forzando la estrechez de su falda, rezó tal vez ni siquiera un minuto, se persignó y salió sin mirarnos. Mi mujer, que había visto todo, me dijo de pronto: “No, no me gusta… Aquí viene gente como esa señorita, que tiene prisa de divertirse y ver tiendas. Vámonos”. Y diciendo esto, salió de la iglesia. Remontamos un buen trecho por el Corso, siempre corriendo, mi mujer adelante y yo tras ella. Cerca de la Plaza Venecia entramos en otra iglesia. Ésta era más grande que la otra, muy oscura, llena de telas, doraderas y vitrinas abarrotadas de corazones de plata que brillaban en la oscuridad. Había mucha gente y, a ojo de buen cubero, consideré que se trataba de gente adinerada; las señoras con sombrero, los hombres bien vestidos. Un sacerdote manoteaba desde el púlpito, predicando. Todo mundo estaba de pie, mirando hacia él, y pensé que eso era bueno porque nadie nos observaría. Le dije a mi mujer, en voz muy baja: “¿Quieres que lo dejemos aquí?” Me dijo que sí, a señas. Nos dirigimos hacia una de las capillas laterales, muy oscura; no había nadie y casi no se veía. Mi mujer cubrió el rostro del nene con una punta de la cobija que lo abrigaba y luego lo dejó sobre una silla, tal y como se deja un bulto estorboso, para sentirse más libre. Luego se arrodilló y estuvo rezando un largo rato, con la cara entre las manos, mientras yo, sin saber qué hacer, miraba los cientos y cientos de corazones de plata de todos los tamaños, que tapizaban las paredes de la capilla. Finalmente mi mujer se puso de pie, cariacontecida; se persignó y, paso a paso, se alejó de la capilla, y yo tras ella, a cierta distancia. En ese momento, el predicador gritaba: “Y Jesús dijo: ¡Pedro!, ¿adónde vas?” Lo percibí de inmediato, porque me pareció que me lo preguntaba a mí. Pero cuando mi mujer se disponía a apartar la cortina para salir, una voz nos hizo brincar a los dos: “Señora, dejó un paquete en la silla”. Era una mujer vestida de negro, una de esas beatas que se pasan todo el santo día entre la iglesia y la sacristía. “Es cierto”, dijo mi mujer, “gracias… Se me olvidaba”. En fin, recogimos el bulto y salimos de la iglesia más muertos que vivos. Ya fuera de la iglesia, mi mujer dijo: “Nadie quiere a mi pobre hijo”, más o menos como un vendedor que piensa vender pronto la mercancía y luego ve que en todo el mercado no hay nadie que se interese por ella. Mientras tanto, ella había empezado a correr de nuevo, con su modo enajenado, casi sin tocar el suelo con los pies. Fuimos a dar a la Plaza de los Santos Apóstoles. La iglesia estaba abierta y, tan pronto como entramos, al verla tan grande, tan espaciosa y oscura, mi mujer me susurró al oído: “Esto es lo que necesitamos”. Caminó decididamente hacia una capilla lateral, dejó al nene sobre una banca y, como sí el pavimento le quemara los pies, sin persignarse, sin rezar, sin siquiera darle un beso en la frente, se alejó de prisa hacia el portón de la iglesia. Pero sólo había dado unos cuantos pasos cuando la iglesia retumbó con un llanto desesperado: era la hora de mamar, y el nene, puntual, lloraba porque tenía hambre. Quizás mi mujer perdió la cabeza al oír un llanto tan fuerte. Primero corrió hacia la puerta, luego volvió sobre sus pasos, siempre corriendo, y, sin ponerse a pensar dónde estaba, se sentó en una banca, tomó al nene en brazos y se desabrochó para darle el pecho. Pero no acababa de sacarse completamente el pecho —que el niño, como un verdadero lobo, agarró a dos manos, callándose al instante—, cuando una voz grosera comenzó a gritar: “Esas cosas no se hacen en la casa de Dios. ¡Fuera, fuera! ¡A la calle!”Era el sacristán; un viejito con barbita blanca, y con una voz más grande que él. Mi mujer le dijo, levantándose y cubriendo lo mejor que pudo la cabeza del nene y el pecho: “La Virgen, sin embargo, en los cuadros siempre tiene a un niño en brazos”. El sacristán le respondió: “Y tú quisieras ser como la Virgen. ¡Presuntuosa!” Basta. Salimos de la iglesia y fuimos a sentarnos en el jardín de la Plaza Venecia; allí mi mujer le dio el pecho al nene hasta que éste se hartó y se durmió de nuevo. Ya era de noche. Estaban cerrando las iglesias y estábamos muy cansados, como idiotas, sin que se nos ocurriera nada. Me desesperaba el hecho de tener que pensar en algo que no tenía ganas de hacer, y le dije: “Mira, ya es tarde y no aguanto más. Tenemos que decidirnos”. Ella me contestó, con amargura: “Pero es tu sangre… ¿Quieres abandonarlo en cualquier esquina así nomás, como si fuera el cucurucho de tripas para los gatos?” Le dije: “¡Claro que no! Pero ciertas cosas se hacen pronto, sin pensarlo mucho, o nunca se hacen”. Y ella: “Lo que pasa es que tienes miedo de que me arrepienta y me lo lleve otra vez a casa… ¡Ustedes los hombres son unos cobardes!” Comprendí que no debía contradecirla en esos momentos y le contesté con moderación: “Te comprendo, no te apures… Pero date cuenta de que por muy mal que le vaya, siempre le irá mejor que si crece en Tormarancio, en un cuarto sin excusado ni cocina, entre las cucarachas en invierno y las moscas en verano”. Esta vez, ella no dijo nada. Sin saber adónde ir, tomamos por la calle Nazionale, recorriéndola hasta la Torre de Nerón. Poco más adelante, vi una callecita que subía, totalmente desierta, con un coche gris, cerrado, parado frente a un portón. Tuve una idea: fui hacia el coche, moví una de las manijas y la portezuela se abrió. Le dije a mi mujer: “¡Pronto, éste es el momento…! Déjalo en el asiento trasero”. Obedeciendo, ella dejó al nene bien acomodado en los asientos posteriores, y luego cerré la portezuela. Hicimos todo esto en un instante, sin que nadie nos viera. Luego la tomé del brazo y nos alejamos corriendo hacia la Plaza del Quirinal. La plaza estaba desierta y casi a oscuras, con pocos faroles encendidos bajo los palacios y todas las luces de Roma brillando en la noche, tras los parapetos. Mi mujer se acercó a la fuente bajo el obelisco, se sentó en una banca y de pronto empezó a llorar, agachada, dándome la espalda. Le dije: “¿Y ahora qué te pasa?” Y ella: “Ahora que lo he abandonado, siento que me falta… Que me falta algo aquí, en el pecho, donde se me colgaba… ”Le dije, por no dejar: “Bueno, es natural. Pero ya se te pasará”. Se alzó de hombros y siguió llorando. Luego, de repente, se le secó el llanto como se seca la lluvia en la calle cuando sopla el viento. Se levantó, furiosa, y dijo, señalando uno de los palacios: “¡Ahora mismo entro ahí y hago que me reciba el rey y le cuento todo!” “¡Detente!”, le grité, jalándola de un brazo, “estás loca. ¿Qué no sabes que ya no hay rey?” Y ella: “¿Y eso a mí qué me importa? ¡Voy a hablar con el que se quedó en su lugar! Alguien ha de estar”. En fin, ella corría ya hacia el portón, y no quiero ni imaginar el escándalo que habría armado si yo no le hubiera dicho de pronto, desesperado: “¡Óyeme…! Cambié de idea… Regresemos al coche nos llevamos al nene… Quiero decir que nos quedamos con él… Al fin y al cabo, da lo mismo uno más que uno menos…” Esta idea, que era la principal, suplantó inmediatamente a la de hablar con el rey. “¿Crees que esté ahí todavía?”, dijo, mientras se encaminaba rápidamente hacia la callecita donde estaba el coche gris. “Claro que sí”, le contesté. “No han pasado ni cinco minutos”.En efecto, el coche aún estaba ahí; pero en el preciso momento en que mi mujer se disponía a abrir la portezuela, un hombre maduro, chaparro, con pinta de autoritario, salió del portón, gritando: “ ¡Quieta, quieta! ¿Qué busca en mi coche?” “¡Busco algo que es mío!”, respondió mi mujer sin voltear a verlo y agachándose para recoger el bulto con el nene que estaba en el asiento, pero el otro insistía: “¿Pero qué es lo que se lleva? ¡Este coche es mío, mío! ¡No entiende?”. Hubieran visto a mi mujer. Irguiéndose, lo embistió de esta manera: “¡Pero quién te quita nada! No tengas miedo, nadie te quita nada. ¡Mira cómo escupo tu coche!” Y, dicho y hecho, le escupió la portezuela. “Pero ese bulto… ”, siguió diciendo el hombre, asombradísimo. Y ella: “No es un bulto… Es mi hijo… ¡Mira!”.Le destapó la cara al nene, mostrándoselo, y agregó: “Tú, ni naciendo otra vez, podrás tener con tu mujer un nene tan bonito como éste… ¡Y no te atrevas a ponerme las manos encima, porque grito y llamo a los policías y les digo que querías robarme a mi hijo!”. En fin, le dijo tantas cosas, que al pobre hombre, con la cara roja y la boca abierta, por poco y le da un ataque. Finalmente, sin prisa alguna, se alejó del coche y me alcanzó en la esquina de la calle.

La campesina -fragmentos de ALBERTO MORAVIA

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La campesina ( fragmento 5 )
¿Qué comíamos? Comíamos una vez al día unas pocas habichuelas hervidas con una cucharadita de manteca de cerdo , un poquito de tomate en conserva, un trocito de carne de cabra, y algunos higos secos. Por la mañana , como ya he indicado, algarrobas o bien cebollas y una delgada rebanada de pan. Sobre todo faltaba sal y eso era terrible, porque la comida sin sal no se puede siquiera tragar, pues, apenas entra en la boca dan ganas de vomitarla; de tan sosa y casi dulce parece una cosa muerta y putrefacta. De aceite no había ni una gota siquiera, de manteca, apenas me quedaban dos dedos en el fondo de un tarro. De vez en cuando, había suerte, como una vez que pude comprar dos kilos de patatas. O bien , otra vez, que tuve ocasión de comprar a unos pastores un queso de oveja que pesaba cuatrocientos gramos , duro como la piedra, pero bueno, picante. Pero era cosa de suerte, es decir, casos raros con los que no se podía contar.
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La campesina ( fragmento 4 )
Entonces, dije:
—'Bueno, lo ves, son cosas que pueden ocurrir... No digo que Paride tenga razón, pero, en fin, no es del todo imposible.
Se echó a reír y dijo:
—Ojalá que las cosas anduviesen todavía hoy de ese modo.
Total, que no restaba sino esperar, en vista de que el desembarco, por un motivo u otro, había fallado. Pero, como dice el proverbio, quien espera desespera y nosotras, allá en Santa Eufemia, durante todo el mes de enero y luego también el de febrero, no hicimos sino desesperarnos un poco más cada día. Las jornadas, además, eran monótonas porque ya todo se repetía y cada día ocurrían las mismas cosas que habían ocurrido durante los últimos meses. Cada día había que levantarse, partir leña, encender la lumbre en la cabaña, hacer la comida y comer y, luego, vagar por las macere para matar el tiempo hasta la hora de la cena. Cada día, además, venían los aviones a tirar bombas. Cada día se oía desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana el retumbo regular de aquellos malditos cañones de Anzio que disparaban continuamente y que, por lo visto, nunca daban en el blanco, porque ni ingleses ni alemanes, como sabíamos, se habían movido. Cada día, en suma, era igual al día anterior; pero la esperanza, excitada ya e impaciente, lo hacía más tenso, exasperado, doloroso, aburrido, interminable y extenuante que el anterior. Y aquellas horas que, al principio de nuestra estancia en Santa Eufemia, habían pasado tan de prisa, ahora no acababan nunca de transcurrir y era en verdad un agotamiento, una desesperación indecibles.
Lo que, sin embargo, contribuía más a hacer exasperante la monotonía era aquel hablar continuo, que todos hacían, de cosas de comer. Se hablaba cada vez más porque cada vez había menos; y en las conversaciones, ahora, ya no se traslucía la nostalgia de quien come mal, sino el miedo de quien come poco. Ahora, ya todos hacían solamente una comida al día y se guardaban muy bien de invitar a los amigos. Como decía Filippo:
—Todos amigos entrañables, pero en la mesa, con estos tiempos, cada cual por su lado.
Los que lo pasaban menos mal seguían siendo los que tenían dinero, o sea Rosetta y yo, Filippo y otro refugiado que se llamaba Geremias; pero también nosotros, que éramos, como suele decirse, adinerados, presentíamos que pronto el dinero ya no nos serviría de nada. En efecto, los campesinos, que al principio habían tenido tanta avidez de
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La campesina ( fragmento 3 )
¿Qué comíamos? Comíamos una vez al día unas pocas habichuelas hervidas con una cucharadita de manteca de cerdo , un poquito de tomate en conserva, un trocito de carne de cabra, y algunos higos secos. Por la mañana , como ya he indicado, algarrobas o bien cebollas y una delgada rebanada de pan. Sobre todo faltaba sal y eso era terrible, porque la comida sin sal no se puede siquiera tragar, pues, apenas entra en la boca dan ganas de vomitarla; de tan sosa y casi dulce parece una cosa muerta y putrefacta. De aceite no había ni una gota siquiera, de manteca, apenas me quedaban dos dedos en el fondo de un tarro. De vez en cuando, había suerte, como una vez que pude comprar dos kilos de patatas. O bien , otra vez, que tuve ocasión de comprar a unos pastores un queso de oveja que pesaba quatrocientos gramos , duro como la piedra, pero bueno, picante. Pero era cosa de suerte, es decir, casos raros con los que no se podía contar.
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La campesina ( fragmento 2 )
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- Cuando lleguen los ingleses, volverá la abundancia, Filippo.
Uno de aquellos días en que , como de costumbre, hablaban de comida, presencié un altercado entre Filippo y Michele. Filippo estaba diciendo:
-....Eso, ahora me gustaría tener un buen cerdo , sacrificarlo y hacer en seguida las chuletas, hermosas, un dedo de gruesas, cada una de quinientos gramos....Sabéis, quinientos gramos de cerdo es algo que te hace revivir.
Michele, que por casualidad le estaba oyendo, dijo de pronto:
Sería , en verdad, un caso de canibalismo.
-¿Por qué?
-Porque el cerdo se comería al cerdo.
A Filippo le sentó mal oírse llamar puerco por su hijo, se puso muy colorado y dijo con voz estentórea:
- Tú no respetas ni a tus padres.

A.Moravia. La campesina.

Me gustaria ir a Egipto escrito por Alex 1 ESO



Me gustaria ir a Egipto para ver las pirámides , los desiertos, las regiones y los paisajes .Me gustaria entrar en una pirámide, ver un sarcófago y ver momias.Es la costumbre, llevarme cuando volviera un recuerdo .Me encantaria ir y  me ha gustado ir desde pequeño; siempre me ha gustado todo de Egipto :  el valle de los templos,una momia ,los dioses etc….
Ojalá pudiera ir !!!!!!!!!

Me gustaria ir a Alaska por Alejandro 1 ESO


Primero hubiese ido al hotel a dejar el material y las maletas donde estaríamos los próximos días ; después de haber descansado un poco , hubiera dado una vuelta por el hotel . Al día siguiente habría salido a la calle para visitar muchos lugares y practicar la pesca .Como nos gustaría ir en verano , veríamos la aurora boreal . También visitaríamos los parques nacionales de Alaska que tienen gran variedad de flora y fauna .Después de un día de turismo regresaríamos al hotel a comer y a echar la siesta o simplemente a ver la tele.
El último día  compraría recuerdos .

El Marrocc por Hani 1º ESO

Me gustaría ir a Marruecos para ver a mi familia y sobre todo a mi abuela y a mi abuelo. Marruecos tiene muchas calles de piedra y los autobuses solo valen 30 céntimos y los taxis un poco más .Allí cuando te da la gana , juegas en la calle , no como aquí. Si rompes algo , una farola , banco , te echan la bronca los policías.
En Marruecos hay unas playas muy lisas y límpias . Allí estamos toda la familia cerca . Y yo y mis primos casi siempre jugamos con la pelota . Cada día comemos sardinas en la playa y también vamos a algunas bodas y a otros muchos sitios .Marruecos es divertido .

El colegio escrito por Neus 4º ESO


Al cole vas a estudiar , a escuchar a los profesores y hacer los deberes, y también es importante estudiar para poder sacarte la ESO. Al cole se viene a estudiar, no se viene hacer el tonto en clase. Yo quiero estudiar mucho para luego tener un trabajo y tener un buen futuro porque es importante tener trabajo.  Además en los trabajos es importante que tengas la ESO  porque sino no puedes trabajar en ningun sitio y yo me voy a esforzar para tener un trabajo digno. FINN!!

El colegio escrito por Esther 4º ESO


Cuando empiezas el cole te gusta al principio pero cuando llegas a 4rt de la ESO, ya piensas en irte, porque ya es un agobio, menos mal que yo me piro este año. El año que viene me iré a un cole de Sant Feliu con mi mejor amiga. Mi otra amiga esta en ese cole y el año que viene la veremos.
 Tengo muchas ganas de que se acabe el cole. Asi el año que viene iremos ...a ese cole, aunque nos tendremos que levantar más pronto que ahora, y tendremos que ir en tren porque está muy lejos , pero bueno tenemos que ir y llegar más o menos a la hora, conocer a la gente, conocer a los profes, conocer algun chico, y estar con las personas que nos quieran y que nos ayuden…

Si hubiese ido a… Sede Nintendo escrito por Óscar -1º ESO



Si hubiese ido a la sede en España de Nintendo habría averiguado todo lo posible sobre los próximos video- juegos que lanzará la empresa. A demás de eso, intentaría vender a la empresa unos personajes de video -juego que yo me he inventado e ideas para video -juegos de personajes ya creados.

ME GUSTARIA IR ......... escrito por Marc 1º ESO

  A Londres, porque es una ciudad que me gusta mucho.Y además me gusta porque juega mi equipo (Chelsea). Otra opinión es porque su idioma me gusta, también me gustan los autobuses, son de color rojo y muy originales.A mi me gusta la Lego y en Londres hay un parque de Lego con edificios y muchas más cosas.El parque se llama Lego Land.A mi me gusta ir.

Terror en Würding escrito por Vic Blanco


Hace unos años en Würding, el pueblo de mi abuelo en Alemania, fui al cementerio con mi primo. Nos dijeron que por allí murió un oficial de las Waffen SS , asesinado por los soldados Americanos con un bombardeo sobre el blindado en el que el oficial Albert von Spielberg iba. Sus restos nunca se encontraron, se quedaron allí descansando y nunca se encontraron.
 Dicen que su fantasma vaga por allí y que si te quedas más de 1 hora donde murió, tienes una muerte lenta y dolorosa. Cuando iba con mi primo de noche, camino al cementerio, sentí que alguien me tocaba el brazo izquierdo y mi primo estaba en mi lado derecho y separado un poco de mí; él no podía haber sido. Hasta que
dejemos a un lado lo del brazo y fuimos hasta el cementerio; entramos y nos encontramos una tumba revuelta y con el ataúd abierto.
 Llamamos a la ''Deutches Polizei'', policia alemana, vinieron; nos llevaron a casa, y enseguida nos vinimos a España con mis padres y mis tíos . No volvimos hasta ahora

EL COLEGIO escrito por Alex -2 ESO

El colegio al principio mola, pasa un año, ya te aburres ;no quieres hacer, deberes  . Cuando hay vacaciones todos contentos y cuando estás a punto de repetir, haces todo para no quedarte otro año en el cole . Despuès encuentras una cosa que te guste , vas a la universidad,  estudias para tu trabajo y así pasas todos los años del colegio. Pero  los que no estudian , cuando sean grandes, dirán que tonto que era que no quería estudiar. Ahora tengo que trabajar en algo que no me gusta ; siempre pasa eso.Pero mucha gente que lo piensa , en el cole que,  si estudia es por su bien ,y de mayor son más felices. Así es el cole.

Cuentos romanos : el rorro ( Verónica )

Cuentos romanos : el rorro     (  Verónica )
el rorro ; clica en la imagen

Cartas a Alberto

  • cartas a Alberto
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