Casa-museo de Alberto Moravia en Roma
http://www.casaalbertomoravia.it/
Por María Salas Oraá
En la casa romana del escritor Alberto Moravia, austera y pragmática como su literatura, se conservan las huellas de sus viajes, su pasión por el cine y sus amigos, y su Olivetti 82, la máquina con la que escribió obras maestras aún tan actuales cuando se cumplen 25 años de su muerte.
Una casa con unas maravillosas vistas sobre el río Tíber en la que Moravia permaneció desde 1962 hasta su muerte, en 1990, y en la que convivió con las dos mujeres con las que estuvo casado, ambas escritoras, Elsa Morante y la española Carmen Llera.
Sencilla, está invadida por más de 12.000 libros con los que el literato quiso entender la guerra, conocer el mundo y profundizar en la pintura, la literatura, el cine y la arquitectura, un lugar que permite conocer mejor la intimidad del escritor y que está abierto a visitas, pero solo el primer sábado de cada mes y previa cita.
Fueron los libros el refugio de Moravia durante su infancia y hasta los 30 años, un joven enfermo de tuberculosis que tuvo que permanecer en la cama con el único entretenimiento en la literatura, donde más tarde logró el prestigio internacional.
Algunos de ellos conservan los secretos más íntimos de la vida del también periodista y político, como los dedicados por su primera mujer, la escritora Elsa Morante, o por su amigo íntimo y genio del cine Pier Paolo Pasolini.
Las repisas tienen también todas las novelas del escritor, como "La Campesina", publicada en 1957 y con la que Moravia se convirtió en uno de los escritores italianos más populares y leídos, o éxito como "La Noia", "El conformista" o "El desprecio".
Su obra teatral más importante es "El Dios Kurt", de 1967).
En las estanterías todavía permanece la huella de otra de sus grandes pasiones, la política, que le llevó a ser europarlamentario en los años 80 y a pedir en Estrasburgo la prohibición de las armas nucleares.
Los libros rodean el lugar más personal y en el que más tiempo pasaba Moravia, un estudio con una amplia ventana en la que todavía se puede ver, tal como la dejó él, una máquina de escribir Olivetti y acompañada por varios retratos del autor que hicieron amigos suyos.
Detrás del escritorio está el teléfono, que Moravia prefería tener alejado a cierta distancia para obligarse a levantarse de su silla -a pesar de su cojera- y con el que siempre pedía a sus interlocutores que acortaran los mensajes y fuesen escuetos, al igual que lo fue su literatura.
Las paredes de los estantes principales están adornadas con máscaras procedentes de África y objetos que recuerdan su faceta de viajero incansable, que mantuvo hasta sus últimos días, porque Alberto Moravia visitó en 1987, a la edad de 80 años: Zimbabue, Marruecos, Etiopía, Rusia, China, Alemania y París.
Una vivienda con grandes ventanales y una bella terraza, pero sin excesos, reflejo de la vida y literatura del escritor, en la que los mayores tesoros de Moravia eran algunas pinturas hechas por amigos suyos, además de sus preciados libros, y discos de música.
Música clásica que Moravia escuchaba a un volumen muy alto cuando, ya mayor, tenía sordera, pero que siempre le acompañaba al lado de su cama y mientras indagaba entre sus papeles y leía con atención los periódicos.
Esta misma casa vivió hace 25 años la muerte del genio, quien, con 83 años, falleció mientras se afeitaba, un ritual obligatorio para él todas las mañanas y que mantuvo también cuando vivió escondido, perseguido por las autoridades fascistas.
Por María Salas Oraá
http://www.casaalbertomoravia.it/
Por María Salas Oraá
En la casa romana del escritor Alberto Moravia, austera y pragmática como su literatura, se conservan las huellas de sus viajes, su pasión por el cine y sus amigos, y su Olivetti 82, la máquina con la que escribió obras maestras aún tan actuales cuando se cumplen 25 años de su muerte.
Una casa con unas maravillosas vistas sobre el río Tíber en la que Moravia permaneció desde 1962 hasta su muerte, en 1990, y en la que convivió con las dos mujeres con las que estuvo casado, ambas escritoras, Elsa Morante y la española Carmen Llera.
Sencilla, está invadida por más de 12.000 libros con los que el literato quiso entender la guerra, conocer el mundo y profundizar en la pintura, la literatura, el cine y la arquitectura, un lugar que permite conocer mejor la intimidad del escritor y que está abierto a visitas, pero solo el primer sábado de cada mes y previa cita.
Fueron los libros el refugio de Moravia durante su infancia y hasta los 30 años, un joven enfermo de tuberculosis que tuvo que permanecer en la cama con el único entretenimiento en la literatura, donde más tarde logró el prestigio internacional.
Algunos de ellos conservan los secretos más íntimos de la vida del también periodista y político, como los dedicados por su primera mujer, la escritora Elsa Morante, o por su amigo íntimo y genio del cine Pier Paolo Pasolini.
Las repisas tienen también todas las novelas del escritor, como "La Campesina", publicada en 1957 y con la que Moravia se convirtió en uno de los escritores italianos más populares y leídos, o éxito como "La Noia", "El conformista" o "El desprecio".
Su obra teatral más importante es "El Dios Kurt", de 1967).
En las estanterías todavía permanece la huella de otra de sus grandes pasiones, la política, que le llevó a ser europarlamentario en los años 80 y a pedir en Estrasburgo la prohibición de las armas nucleares.
Los libros rodean el lugar más personal y en el que más tiempo pasaba Moravia, un estudio con una amplia ventana en la que todavía se puede ver, tal como la dejó él, una máquina de escribir Olivetti y acompañada por varios retratos del autor que hicieron amigos suyos.
Detrás del escritorio está el teléfono, que Moravia prefería tener alejado a cierta distancia para obligarse a levantarse de su silla -a pesar de su cojera- y con el que siempre pedía a sus interlocutores que acortaran los mensajes y fuesen escuetos, al igual que lo fue su literatura.
Las paredes de los estantes principales están adornadas con máscaras procedentes de África y objetos que recuerdan su faceta de viajero incansable, que mantuvo hasta sus últimos días, porque Alberto Moravia visitó en 1987, a la edad de 80 años: Zimbabue, Marruecos, Etiopía, Rusia, China, Alemania y París.
Una vivienda con grandes ventanales y una bella terraza, pero sin excesos, reflejo de la vida y literatura del escritor, en la que los mayores tesoros de Moravia eran algunas pinturas hechas por amigos suyos, además de sus preciados libros, y discos de música.
Música clásica que Moravia escuchaba a un volumen muy alto cuando, ya mayor, tenía sordera, pero que siempre le acompañaba al lado de su cama y mientras indagaba entre sus papeles y leía con atención los periódicos.
Esta misma casa vivió hace 25 años la muerte del genio, quien, con 83 años, falleció mientras se afeitaba, un ritual obligatorio para él todas las mañanas y que mantuvo también cuando vivió escondido, perseguido por las autoridades fascistas.
Por María Salas Oraá