La ciudad, capital de provincia, tiene vida gracias a un número de empleados, profesionales y oficiales de guarnición. Como otras muchas gentes, las Foresi, que eran muy pobres, trataban de sacar provecho de estos forasteros. Y alquilaban dos o tres habitaciones de su departamento, las más hermosas, que no daban a la callejuela, sino a unos huertos incultos y luminosos que se extendían detrás de la casa.
De las dos mujeres, la madre podría tener unos cincuenta años: era baja, pingüe, de humildes vestidos y comedidos modales; pero sus manos, suaves, pequeñas y blancas,sus cabellos aún negros, peinados con cuidado en un tocado que no carecía de una anticuada coquetería; su rostro que, en medio de su leve gordura, conservaba cierta delicadeza en los rasgos, y sobre todo sus ojos, sus ojos de un azul dulce y pálido, en los que a veces aparecía una mirada singular, entre descarada y riente, hacían pensar en que unos veinte años antes debía de haber sido muy hermosa y muy diferente de lo que ahora era en porte y carácter. Vestía de esa manera informe de las amas de casa provincianas , con faldas de tela negra o gris hasta los pies, corpiños cerrados hasta el cuello, toquillas cruzadas sobre el pecho; no se daba ni siquiera un toque de polvos en las mejillas, pero se comprendía que algunos afeites y un traje menos modesto la habrían transformado en seguida. Era muy casera, y cuando no estaba en casa atareada cocinando o con labores de aguja, se ponía una piel despellejada en torno al cuello, un sombrerito negro en la cabeza y se iba a la iglesia.