Querido Alberto, .
te envío esta carta para que me des un consejo. Es una novela, pero no está escrita como están escritas las verdaderas novelas: su lenguaje es el que se utiliza para las cartas privadas y también para la poesía;
Habitualmente en la novela el narrador desaparece, para dejar su sitio a una figura convencional que es la única capacitada para tener una verdadera relación con el lector. ( el verdadero protagonista de la lectura de una novela es precisamente el lector).
Ahora en estas páginas he hablado al lector directamente . Esto significa que no he hecho de mi novela un «objeto», una «forma», por tanto obediente a las leyes de un lenguaje que le asegurase la necesaria distancia de mí. No: le he hablado al lector en cuanto yo mismo, en carne y hueso, tal como te escribo esta carta, o como a menudo he escrito mis poesías en italiano. (1) He hecho de la novela un objeto no sólo para el lector, sino también para mí.
No carezco de habilidad, no estoy en ayunas sobre el arte retórico y ni siquiera me falta la paciencia (ciertamente no la ilimitada paciencia que sólo se tiene cuando jóvenes): podría hacerlo, lo repito. Pero si lo hiciera ante mí tendría un solo camino: el de la evocación de la novela.
Todo lo que en esta novela es novela.
Ya no tengo ganas de jugar y por eso me he conformado con narrar como he narrado. Y éste es el consejo que te pido: lo que he escrito, ¿es suficiente para decir digna y poéticamente lo que quería decir? O acaso sería realmente necesario que volviese a escribirlo todo en otro registro, creando la ilusión maravillosa de una historia que se desarrolla por cuenta propia, en un tiempo que, para cada lector, es el tiempo de la vida vivida y que queda intacta a sus espaldas, revelando como verdaderas realidades aquellas cosas que sencillamente habían parecido naturales?
Quisiera que tuvieras en cuenta, al aconsejarme, que el protagonista de esta novela es lo que es, y aparte de las analogías entre su historia y la mía, o la nuestra analogías ambientales o psicológicas que son puros envoltorios existenciales, útiles para dar concreción a lo que acontece en el interior.
Esta novela ya no le sirve de mucho a mi vida (como las novelas o las poesías que se escriben en la juventud), no es un alegato, ¡ eh, hombres!, yo existo, sino el preámbulo de un testamento, el testimonio de esa poca sabiduría que uno ha acumulado, ¡ y que es completamente diferente de la que uno esperaba | imaginaba | !
Paolo
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