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El conformista ( fragmento )

Quadri vestía, con la preferencia del jorobado por los colores claros, un traje deportivo de color tórtola. Debajo de la americana llevaba una camisa a cuadros rojos y verdes, de vaquero norteamericano, y una corbata llamativa. Yendo al encuentro de Marcello dijo, con tono cordial y a la vez del todo indiferente:
-Clerici ¿no?... seguro, me acuerdo muy bien de usted... porque además fue el último estudiante que me visitó antes de que abandonara Italia... estoy muy contento de volver a verle, Clerici.
También la voz, pensó Marcello, seguía siendo la misma: suavísima y a la vez casual, afectuosa y a la vez distraída. Mientras, le presentaba su mujer a Quadri, el cual, con galantería tal vez ostentosa, se inclinaba para besar la mano que Giulia le tendía. Cuando se hubieron sentado, Marcello dijo, con embarazo:
-Estoy en París en viaje de novios y se me ha ocurrido venir a verle... era usted mi profesor... pero quizá le he incomodado.
-No, querido hijo -respondió Quadri con su habitual suavidad melosa-, no, al contrario, me ha dado una satisfacción... ha hecho muy bien pensando en mí... quienquiera que venga de Italia es aquí bien recibido por mí -cogió de la mesa una caja de cigarrillos, miró dentro y, viendo que no contenía más que uno, se lo ofreció con un suspiro a Giulia-: Coja, señora... yo no fumo, y mi mujer tampoco, y por eso siempre nos olvidamos de que a los demás les gusta fumar... ¿le agrada París? Supongo que no será la primera vez que viene...
De modo que Quadri, pensó Marcello, quería mantener una conversación convencional. Contestó por Giulia:
-Sí, es la primera vez para los dos.
-En ese caso -dijo Quadri solícitamente-, les envidio... siempre es de envidiar el que llega por primera vez a esta hermosísima ciudad... y por añadidura en viaje de novios, y en esta estación, la mejor de París -suspiró de nuevo y preguntó cortésmente a Giulia-: ¿Y qué impresión le ha causado París, señora?
-¿A mí? -dijo Giulia, mirando no a Quadri sino a su marido-. La verdad, todavía no he tenido tiempo de verla... llegamos ayer.
-Ya verá, señora, es una ciudad muy hermosa, mejor hermosísima -dijo Quadri con acento neutro y como pensando en otra cosa-. Y cuanto más la vives, más conquistado quedas por su belleza... pero, señora, no se fije usted tan sólo en los monumentos, que sin duda son notables, aunque no superiores a los de las ciudades italianas... pasee, haga que su marido la acompañe por las barriadas de París... la vida tiene en esta ciudad una variedad de aspectos verdaderamente sorprendente...
-Por ahora hemos visto poco -dijo Giulia, que no parecía darse cuenta del carácter convencional y casi irónico de las palabras de Quadri. Y luego, volviéndose hacia su marido y extendiendo una mano para tocar la suya acariciadoramente-: Pero pasearemos, ¿no es cierto, Marcello?
-Desde luego -dijo Marcello.
-Deberían -continuó Quadri siempre con el mismo tono-, deberían sobre todo conocer al pueblo francés... es un pueblo simpático... inteligente, libre.

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