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Alberto Moravia y Carmen Llera según Elazne

Bien es verdad como he dicho en el enunciado, que solo los que les conocían comprendieron ésta "extraña historia de amor".Máxime si digo que la diferencia de edad entre los cónyuges era de casi 50 años.
El separado de una mujer con la que estuvo casado 43 años a su vez manteniendo una relación amorosa que por entonces duraba ya 20 años.
Ella divorciada con un hijo y una vida amorosa muy sui generis.
Pero ambos muy, pero que muy cultos e inteligentes.
Yo tuve el placer de conocerlos en un viaje a Italia con que por entonces era el padre de mis hijas (me niego a seguir diciendo mi marido).Curiosamente mi... conocía a Alberto, yo por mi parte conocía a la familia de Carmen, casualidades de la vida.
Os voy a poner en antecedentes de quienes eran los protagonistas de ésta historia real pero extraña (ya digo que para los que no los conocían) sobre todo a él,
Él se llamaba Alberto Moravia y ella Carmen Llera.
Carmen Llera, de Navarra que a sus 31 años se casó por lo civil , en absoluto secreto, al alba, en el Campidoglio de Roma, con el gran escritor Alberto Moravia, autor de Los indiferentes, 47 años mayor que ella, se ha convertido en un mito para los italianos. Por ella, por ellos, por el idilio, por la boda del año se interesaron desde las publicaciones más frívolas hasta las más serias, sin excluir ni el órgano oficial del partido comunista L'Unita ni el diario intelectual de izquierdas Il Manifesto.
La pareja Llera-Moravia "ha desencadenado la fantasía fálica de los italianos", afirmaba ayer en el diario Il Manifesto su director, Valentino Parlato. Porque lo que a unos gusta y a otros escandaliza de Carmen es que ha dicho siempre, sin pelos en la lengua, que en su vida la ha dominado siempre "el principio del placer", que lo que le ha apasionado de Moravia es "el contacto corpóreo y sexual".Fascina y desconcierta el que esta española, que a los italianos resulta simpática, afirme en pleno idilio que "una mujer no puede llenar su vida con un solo hombre".

El poeta Dario Bellezza, que ha escrito una poesía para el matrimonio Llera-Moravia -"hoy se casa quien cansado de sufrir, feliz combate la muerte con la amada a su lado"-, ha dicho que Carmen será ideal para el gran escritor Moravia, que "ama a las mujeres que huyen, que lo traicionan".

Pero Carmen, que odia África y que afirma: "Amo sólo el mundo árabe, el desierto", ha aceptado por amor acompañar por una vez a su futuro marido a Zimbabue, donde Moravia ha querido comprar para los dos los anillos de boda, exóticos, de plata. Más fino y redondo el de Carmen, más ancho y aplastado el del escritor.

Carmen, la Ibérica, como la llaman aquí, había decidido al llegar a Italia en 1978 dar un golpe: hacer que se enamorara de ella o un gran pintor, o un gran político, o un escritor. A Moravia le conoció casi por casualidad. Estudiaba en Catania y el diario conservador Il Giornale di Sicilia le encargó que entrevistara al famoso escritor. "No fue un enamoramiento a primera vista", afirman hoy los dos. Pero algo se encendió ya entonces. De hecho, dos años más tarde ambos vivían ya juntos, aún en vida de la difunta Elsa Morante, la esposa legal hasta su muerte de Moravia, ya que la escritora, catolicísima, nunca había aceptado el divorcio.

Renzo Paris, amigo y colaborador de Moravia, catedrático de Lengua y Literatura Extranjera en la universidad de Salerno, ha afirmado que, de las muchas mujeres que han pasado por la vida real o imaginaria de Moravia, esta Carmen Ibérica "parece la más misteriosa de sus personajes", y añade que Carmen puede ser la verdadera protagonista de la última novela del escritor italiano, El hombre que mira.

Mientras tanto, Carmen prepara su primera bomba literaria. Dicen que se la está puliendo su futuro esposo. Se titula Diario íntimo cultural y social. Tiene ya 320 páginas.

Elsa Morante, la mujer de Moravia fallecida recientemente, le dijo a Carmen antes de morir: "Eres demasiado bella". Y añadió con un hilo de amarga pena: "Claro que también yo era un poco española, debido a mis raíces sicilianas".

Carmen, en una de sus últimas confesiones, ha dicho: "El pecado es un concepto que no entiendo", y que en el fondo lo que más le gusta es "no trabajar, ser mantenida y tener tiempo para ella misma". Dentro de unos días todos sus deseos serán realidad, incluso oficialmente.
No puedo dejar de incluir algo de la biografía de Moravia.

Nacido el 28 de noviembre de 1907 en el seno una familia de la burguesía romana, el autor de Il conformista padeció la infancia como un mal estático en forma de tuberculosis ósea, enfermedad que le diagnosticaron a los nueve años, obligándole a transcurrir más de un lustro de su existencia entre la cama de su habitación y las lúgubres habitaciones de un sanatorio de Cortina d’Ampezzo. Fue entonces cuando descubrió el placer de la lectura y las posibilidades que le proporcionaba la escritura, magnífica terapia para desafiar el tedio de la convalecencia.

Moravia nunca fue una persona normal, podía circular por Roma como cualquier transeúnte, pero su presencia chocaba, era diferente. Cuando en octubre de 1922 el Fascismo tomó el poder el futuro escritor se encontraba en Piazza del Popolo vestido a la inglesa, contrastando sobremanera con lo ostentoso del ritual de camisas negras y marchas militares. Su primera etapa literaria se sitúa durante las dos décadas de poder absoluto de Benito Mussolini, y ello, por su absoluta libertad y sentido crítico, le acarreará problemas de índole varia. En 1927 empieza a colaborar en la revista ‘900, donde publicará varios relatos, entre ellos Delitto nel circolo di tennis, donde diseccionará sin piedad alguna lo frívolo e inhumano de las clases acomodadas, condenadas a la excentricidad por lo mísero de su abundancia, idea que marcará parte de su producción literaria. El hombre es un ser aburrido por naturaleza y necesita gastar su tiempo. Esta idea, a la que añade el cinismo y la podredumbre moral burguesa, brillará en todo su esplendor en su primera novela, Gli indifferenti, texto precursor del existencialismo que le permitió saltar a la fama en 1929. Pagada del bolsillo paterno, su Ópera prima es un Gatopardo avant la lettre, diferenciándose del celebérrimo libro de Lampedusa por el contexto histórico y la crueldad mental de Merumeci, quien a diferencia de Calogero Sedara pacta con la aristocracia sin suavidad, con toda la contundencia de una nueva clase fascista que no tiene reparos en destruir para poseer y ostentar. Su victoria, pese a que todo sigue igual, humilla y quita velos, lo burdo se impone y la alienación irrumpe en escena mediante el descarnado retrato que el escritor hace de la aristocracia, grupo social fuera de la realidad de un tiempo gris, mediocre como los personajes de la narración, una de las primeras novelas contemporáneas escritas en suelo itálico, si exceptuamos la magnífica e incomprendida, en primera instancia, obra de Italo Svevo.

La valentía exhibida con Gli indifferenti le pasó factura. Era joven, tenía éxito y publicaba en periódicos y fundaba revistas, pero el régimen lo tenía en su punto de mira, como demostró en 1935 cuando prohibió las reseñas sobre Le ambizioni sbagliate, segunda novela que pasó desapercibida y significó un antes y un después en la vida de Moravia. En los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial viajó por el mundo- Estados Unidos, China- y se vio forzado a escribir con seudónimo para escapar a las garras de la censura, que intentó sortear mediante textos alegóricos, como Elio Vittorini con su Conversazione in Sicilia, hasta que se cansó de la ocultación y escribió La mascherata, novela ambientada en una República bananera de Sudamérica con gran parecido a la Italia negra de Mussolini. La segunda edición fue secuestrada.

En 1937 conoce a su joya tormentosa, Elsa Morante, con quien se casará en 1941 y convivirá hasta 1962. Con la autora de La storia vivirá días tranquilos en Capri, donde ultimará la redacción de su Bildungsroman Agostino, y de espera en Sant’Agata a partir de septiembre de 1943, cuando los nazis invaden Italia y los fascistas vuelven a cargar contra el escritor, perseguido y amenazado de muerte. En esos campos campanos ambientará La ciociara, adaptada al cine por Vittorio De Sica en 1961. Su obra fue fuente de inspiración para el séptimo arte. Entre las más destacadas versiones fílmicas de sus textos destacamos Gli indifferenti de Francesco Maselli (1964), Il conformista de Bernardo Bertolucci (1970), La romana de Luigi Zampa (1954), Racconti romani de Gianni Franciolini (1955), La noia de Damiano Damián (1963) o Le mèpris de Jean Luc Godard (1963), quien dijo que bajo la prosa de Moravia había descubierto la esencia de Marcel Proust. Si bien la afirmación nos parece acertada, no se lo pareció tanto a nuestro protagonista, quien rechazó la obra del director suizo por ser diametralmente opuesta a las premisas básicas de su novela.

El triunfo del escritor comprometido-obsesivo: 1944-1990.

Moravia solía definirse como un hombre poco trabajador, que escribía al no tener nada mejor que hacer, sorprendente afirmación en un hombre que revisaba una y otra vez sus textos hasta considerarlos perfectos, acabados. Después de la Guerra entrará en una nueva etapa donde seguirá nadando contracorriente. Cuando Vittorini y Pavese vivían bajo la égida del compromiso comunista- respectivamente con la revista Il politecnico y las publicaciones de la Editorial Einaudi-, el romano desarrollaba una obra de compromiso con su tiempo en el campo de la novela, el ensayo, el teatro, la crítica cinematográfica y el periodismo. Su rechazo a la ortodoxia comunista es un alegato a la libertad del hombre con conciencia en una época abocada al marasmo. Escribe con frecuencia inusual, funda la ejemplar revista Nuovi Argomenti y cosecha los frutos de su incesante trabajo con la concesión de premios importantes como el Strega, ganado en 1952 con su compendio de Racconti, y el Viareggio en 1960 por La noia. Esta novela cierra un círculo que comprende parte de sus obras narrativas de los años cincuenta, obras donde la interiorización del personaje alcanza cotas sublimes que hacen de Moravia un lúcido analista de los males del período, punzante animal literario que descuartiza su sociedad a partir de burgueses a la deriva con los problemas fundamentales de la existencia, víctimas de un malestar contemporáneo sin vía de escape. Un contrapunto agradable y optimista serían sus Racconti romani, pequeños relatos de romanidad en que el pueblo es protagonista con sus pequeñas vivencias cotidianas.

A partir de 1960, cuando se acerca su ruptura con Elsa Morante y la joven Dacia Maraini surge como la nueva musa de vida, se apasiona por lo arcano y lo desconocido. Junto a Pier Paolo Pasolini y otros amigos viaja constantemente por África e India a la búsqueda de un punto de apoyo que le permita escapar de la decadencia de Occidente. Si Pasolini, más poético, consideraba al continente negro como única salvación posible, Moravia lo juzgaba desde una óptica de libertad absoluta, de contraste con Europa y el mundo industrial. Sí, el mundo fuera del mundo, aplicando el sentido reduccionista tan típico del pensamiento occidental, era una tabla válida para amarrarse y flotar. Lo entendía Moravia y lo entendían los estudiantes del ’68, que leyeron con interés su La rivoluzione culturale in Cina sin entenderlo plenamente. Son los años en los que la sociedad italiana se instala en una tensión perpetua simbolizada por el terrorismo, tiempo que el narrador reflejará en uno de sus mayores esfuerzos literarios, La vita interiore, novela entrevista publicada en el fatídico 1978 del secuestro y posterior ejecución de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas, donde la objetividad del formato no impide que Desideria dé una lección de perversidad y teledirigida sed de sangre irracional.

Dacia Mariani amante de Moravia durante más de 20 años.
La última década de vida de Alberto Moravia será un lento y progresivo, aunque intenso, diluirse en la espiral del adiós. Escribirá más de diez libros entre novela, relatos y ensayos, saldrá elegido como diputado europeo por el PCI en 1984 para tener una tribuna donde argumentar su preocupación por la energía atómica, malvivirá su absurda y senil historia de amor con Carmen Llera y morirá en el baño de su casa del Lungotevere della Vittoria el 26 de septiembre de 1990 a los 82 años de edad. Su obra atraviesa todo el siglo XX europeo, le da forma y se erige en un vehículo de ideas combinado con complejas estructuras narrativas que no esconden la verdadera faz moraviana, filósofo literario que sigue sentando cátedra desde la tumba con novelas inéditas, I due amici, y un legado de gran utilidad para reflexionar sobre la naturaleza del hombre moderno.

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