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Carta de Alberto Moravia a Nicola

Tu familia te manda decir que está bien, que recibieron las cartas y las fotografías y te desean muchas felicidades por las Fiestas, al igual que yo.

Querido Nicola:

Debí escribirte antes, pero tuve innumerables quebraderos de cabeza y hasta esta noche me decidí a hacerlo.

Ya son muchos años que no nos vemos, pero yo he conservado intacta la amistad que nos ligaba; es más, he tenido a menudo noticias tuyas, primero a través de F, y luego por otras fuentes, así he podido, más o menos, seguir todas tus peregrinaciones.

Probablemente querrás saber lo que he hecho durante todos estos años. Y te lo diré enseguida. He trabajado mucho (luego de las Ambiciones erradas, publiqué seis libros más); realicé algunos viajes (Estados Unidos, China, Grecia); finalmente me casé —no tengo hijos—, también mi esposa escribe.

En cuanto a las últimas vicisitudes políticas que han trastornado la vida de todos, naturalmente también la mía las ha resentido. Después del 25 de julio me puse a escribir artículos antifascistas, de tal suerte que, el 8 de septiembre, tuve que escapar. Escapé a una montaña salvaje de Ciociaria, donde viví durante nueve meses junto con mi esposa en un establo sin puertas y sin ventanas, junto a campesinos increíblemente primitivos. Fui liberado por la avanzada norteamericana de Cassino; durante esos nueve meses pude ver cosas bastante insólitas.

Hoy ya me encuentro nuevamente en mi casa; y ahora, si quieres, te diré algunas cosas sobre Italia. Italia ha sido asesinada, tanto por los propios italianos como por los otros, nadie que viva en el extranjero y, sobre todo, en Estados Unidos, puede darse cuenta de la terrible situación moral y física en la que ha caído este país; no hay trenes, no hay automóviles, muchas ciudades y pueblos están completamente destruidos y los habitantes carecen de vestido, de utensilios, de casa, de todo, viven en chozas o en campos de concentración. Las ciudades que más o menos han quedado intactas, como Roma y Nápoles, están llenas de prostitutas, de ladrones, de torvos traficantes, de limpiabotas, y de toda suerte de mierda. En el campo hemos regresado al bandidaje. A todo esto agrégale la guerra, que continúa, y que ha reducido a ruinas la mejor parte de Italia. De los lugares donde se han ido retirando, los alemanes han destruido cuidadosamente toda industria, incluso la más pequeña, los bombardeos han realizado el resto.

Entre Nápoles y Roma, las ciudades y los pueblos están completamente destruidos. Casi todos los castillos romanos ya no existen. Terracina, Cisterna, Fondi, Itri, Formia Valmontone, etcétera, ya no existen. Los alemanes inundaron toda la zona de Littoria, de tal suerte que regresó la malaria, como hace un siglo. En la ciudad, el hambre y los trabajos pesados han propagado la tuberculosis de una manera extraordinaria; hasta ahora, para todos estos males, no se han encontrado los remedios.

Es muy difícil, después de haber hablado del aspecto negativo de la situación, delinear lo positivo. Evidentemente existirá alguno, porque el pueblo italiano todavía existe, pero ahora, por lo menos, no se ve. Ciertamente, existe una fuerte actividad política, pero, por ahora, con la guerra e Italia controlada por los aliados y dividida en dos, está como sostenida en el aire. Se publican muchos periódicos, se escriben innumerables artículos, se recitan muchos discursos. Tengo la impresión que la gran mayoría del pueblo italiano, ante todo, piensa en conservarse, cosa ya bastante difícil. En realidad, la derrota no ha revelado ninguna nueva clase política, sino solamente un cierto número de individuos preparados, no mucho, a decir verdad; el resto, es decir, las nueve décimas de la población, tiene las ideas muy confusas y no sabe de qué lado ponerse. Los partidos de izquierda, sobre todo los comunistas, dan muchas señales, pero esto, a mi parecer, todavía no es un signo de madurez política. El fascismo ha dejado una inmensa y desastrosa herencia de ignorancia y de materialismo, y se necesitará tiempo antes de que la gente se acostumbre a pensar por sí misma y a pensar de una manera desinteresada.

Como puedes ver, el cuadro es más bien negro; esto no quita que sea legítimo pensar que las cosas podrían mejorar algún día, pero no muy pronto.

Esta carta podría ser diez veces más larga, pero el jugo sería el mismo. Esperemos que en Estados Unidos se den cuenta que este desventurado país está agonizando y que necesita urgentemente de ayuda. Evidentemente, la culpa de todo esto se remonta a los propios italianos, pero los problemas en el mundo no se resuelven intentando buscar al culpable; además, no sólo los italianos son culpables.

Adiós querido Nicola, me enteré que te casaste de nuevo, te deseo lo mejor para ti y para tu esposa.

Tuyo

Alberto Moravia

Escríbeme, mándame noticias tuyas y de los amigos.

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