Hacia el comienzo del verano, Giacomo se encontró de pronto completamente solo. Creía que tenía muchos amigos, que conocía a muchas mujeres; pero unas pocas partidas habían bastado para hacer el desierto en torno a él. En realidad, como todos, se movía en un restringido círculo de personas; y se le ocurrió pensar que cuando fuera viejo estas partidas serían sin retorno y su soledad definitiva.
Cogió la costumbre de levantarse tarde y de quedarse en su cuarto de la pensión hasta la hora de la comida, tumbado en la cama, leyendo un poco o fumando. Después de comer salía un momento, tomaba café en un bar, compraba un periódico y volvía a su cuarto a leerlo. Algunas veces, si estaba cansado o hacía más calor que de costumbre, le gustaba dejar que el periódico cayera de sus manos y amodorrarse una media hora. A media tarde se levantaba, se lavaba, se peinaba, se vestía y dejaba la pensión.
Iba a sentarse en un café en la calle más elegante de la ciudad. En ese café servían una cerveza alemana en botellines que a Giacomo le gustaba mucho. Bebía lentamente la excelente cerveza helada, observando el paseo y a las personas sentadas ante las mesitas. Toda la gente ociosa de la ciudad, los jóvenes mejor vestidos, las muchachas más bonitas se daban cita en aquel trozo de acera, entre aquellas mesas. Muchos estaban de pie, ante los escaparates del café, fingiendo charlar, pero en realidad posando con indolencia ante los ojos que los miraban y vigilando ellos mismos con el rabillo del ojo el paseo y a los que estaban sentados. Mujeres llenas de entusiasmo, con el cigarrillo en la mano, se levantaban de las mesitas e iban a otras mesas riendo y hablando muy alto. Los camareros pasaban a duras penas con sus bandejas entre esta multitud. Se oía bromear, llamar, charlar sin medida, con un zumbido ininterrumpido lleno de suficiencia y de exclusivismo, como si aquello no fuera una calle, sino un salón cerrado para la mayoría. Y, en efecto, si un pobre de ropas desgarradas o simplemente alguien como Giacomo, solitario y sin amigos, se aventuraba entre esa muchedumbre parecía justamente que llegaba a una casa a la que no había sido invitado y en la que no se le deseaba.
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