La campesina ( fragmentos) de Alberto Moravia
La campesina ( fragmento 5 )
¿Qué comíamos? Comíamos una vez al día unas pocas habichuelas hervidas
con una cucharadita de manteca de cerdo , un poquito de tomate en
conserva, un trocito de carne de cabra, y algunos higos secos. Por la
mañana , como ya he indicado, algarrobas o bien cebollas y una delgada
rebanada de pan. Sobre todo faltaba sal y eso era terrible, porque la
comida sin sal no se puede siquiera tragar, pues, apenas entra en la
boca dan ganas de vomitarla; de tan sosa y casi dulce parece una cosa
muerta y putrefacta. De aceite no había ni una gota siquiera, de
manteca, apenas me quedaban dos dedos en el fondo de un tarro. De vez en
cuando, había suerte, como una vez que pude comprar dos kilos de
patatas. O bien , otra vez, que tuve ocasión de comprar a unos pastores
un queso de oveja que pesaba cuatrocientos gramos , duro como la
piedra, pero bueno, picante. Pero era cosa de suerte, es decir, casos
raros con los que no se podía contar.
La campesina ( fragmento 4 )
Entonces, dije:
—'Bueno, lo ves, son cosas que pueden ocurrir... No digo que Paride tenga razón, pero, en fin, no es del todo imposible.
Se echó a reír y dijo:
—Ojalá que las cosas anduviesen todavía hoy de ese modo.
Total, que no restaba sino esperar, en vista de que el desembarco, por
un motivo u otro, había fallado. Pero, como dice el proverbio, quien
espera desespera y nosotras, allá en Santa Eufemia, durante todo el mes
de enero y luego también el de febrero, no hicimos sino desesperarnos
un poco más cada día. Las jornadas, además, eran monótonas porque ya
todo se repetía y cada día ocurrían las mismas cosas que habían
ocurrido durante los últimos meses. Cada día había que levantarse,
partir leña, encender la lumbre en la cabaña, hacer la comida y comer
y, luego, vagar por las macere para matar el tiempo hasta la hora de la
cena. Cada día, además, venían los aviones a tirar bombas. Cada día se
oía desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana el
retumbo regular de aquellos malditos cañones de Anzio que disparaban
continuamente y que, por lo visto, nunca daban en el blanco, porque ni
ingleses ni alemanes, como sabíamos, se habían movido. Cada día, en
suma, era igual al día anterior; pero la esperanza, excitada ya e
impaciente, lo hacía más tenso, exasperado, doloroso, aburrido,
interminable y extenuante que el anterior. Y aquellas horas que, al
principio de nuestra estancia en Santa Eufemia, habían pasado tan de
prisa, ahora no acababan nunca de transcurrir y era en verdad un
agotamiento, una desesperación indecibles.
Lo que, sin embargo, contribuía más a hacer exasperante la monotonía
era aquel hablar continuo, que todos hacían, de cosas de comer. Se
hablaba cada vez más porque cada vez había menos; y en las
conversaciones, ahora, ya no se traslucía la nostalgia de quien come
mal, sino el miedo de quien come poco. Ahora, ya todos hacían solamente
una comida al día y se guardaban muy bien de invitar a los amigos.
Como decía Filippo:
—Todos amigos entrañables, pero en la mesa, con estos tiempos, cada cual por su lado.
Los que lo pasaban menos mal seguían siendo los que tenían dinero, o
sea Rosetta y yo, Filippo y otro refugiado que se llamaba Geremias; pero
también nosotros, que éramos, como suele decirse, adinerados,
presentíamos que pronto el dinero ya no nos serviría de nada. En efecto,
los campesinos, que al principio habían tenido tanta avidez de
La campesina ( fragmento 3 )
¿Qué comíamos? Comíamos una vez al día unas pocas habichuelas hervidas
con una cucharadita de manteca de cerdo , un poquito de tomate en
conserva, un trocito de carne de cabra, y algunos higos secos. Por la
mañana , como ya he indicado, algarrobas o bien cebollas y una delgada
rebanada de pan. Sobre todo faltaba sal y eso era terrible, porque la
comida sin sal no se puede siquiera tragar, pues, apenas entra en la
boca dan ganas de vomitarla; de tan sosa y casi dulce parece una cosa
muerta y putrefacta. De aceite no había ni una gota siquiera, de
manteca, apenas me quedaban dos dedos en el fondo de un tarro. De vez en
cuando, había suerte, como una vez que pude comprar dos kilos de
patatas. O bien , otra vez, que tuve ocasión de comprar a unos pastores
un queso de oveja que pesaba quatrocientos gramos , duro como la
piedra, pero bueno, picante. Pero era cosa de suerte, es decir, casos
raros con los que no se podía contar.
La campesina ( fragmento 2 )
-
-
- Cuando lleguen los ingleses, volverá la abundancia, Filippo.
Uno de aquellos días en que , como de costumbre, hablaban de comida,
presencié un altercado entre Filippo y Michele. Filippo estaba diciendo:
-....Eso, ahora me gustaría tener un buen cerdo , sacrificarlo y hacer
en seguida las chuletas, hermosas, un dedo de gruesas, cada una de
quinientos gramos....Sabéis, quinientos gramos de cerdo es algo que te
hace revivir.
Michele, que por casualidad le estaba oyendo, dijo de pronto:
Sería , en verdad, un caso de canibalismo.
-¿Por qué?
-Porque el cerdo se comería al cerdo.
A Filippo le sentó mal oírse llamar puerco por su hijo, se puso muy colorado y dijo con voz estentórea:
- Tú no respetas ni a tus padres.
A.Moravia. La campesina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario