EL CAMIONERO
SOY flaco, nervioso, de brazos delgados, piernas largas y el vientre tan
plano que los pantalones se me escurren; en fin, soy justamente lo
contrario de lo que hace falta para ser un buen camionero. Miren a los
camioneros; son todos como castillos, con hombros anchos, brazos de
cargadores, espalda y vientre fuertes. Porque el camionero se basa sobre
todo en los brazos, la espalda y el vientre: los brazos, para mover la
rueda del volante, que en los camiones tiene casi el diámetro de un
brazo, y que a veces, en las curvas de montaña, hay que darle una vuelta
completa; la espalda, para resistir el cansancio de estar sentado horas
y horas, siempre en la misma posición, sin quedarse dolorido y rígido,
y, por último, el vientre, para estar perfectamente quieto, hundido en
el asiento, encajado como un peñasco. Esto en lo que respecta al físico.
En cuanto a lo moral, todavía soy menos adecuado. El camionero no debe
tener nervios, ni la cabeza a pájaros, ni nostalgias, ni otros
sentimientos delicados; la carretera es exasperante, capaz de matar a un
buey. Y lo que es en mujeres, el camionero debe pensar poco, igual que
el marinero; porque si no, con su continuo ir y venir, se volvería loco.
Pero yo estoy lleno de pensamientos y de preocupaciones; soy de
temperamento melancólico; y me gustan las mujeres.
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