el fisgón ( fragmento 1 )
Las seis y media. Nunca duermo más de seis horas por noche, muy poco, la verdad, y en cuanto me despierto dedico cinco o diez minutos a esa rara ocupación que suele denominarse pensamiento. ¿En qué pienso? Dicho así, incluso podría parecer ridículo: pienso en el fin del mundo. No sé cuándo ni de qué modo me acostumbré a ello; es probable que esta nueva afición surgiera hace poco, a raíz de la lectura de uno de los muchos libros sobre la guerra nuclear, encontrado por casualidad encima de la mesa de trabajo de mi padre, profesor de física en la universidad. Podría también darse el caso de que lo hiciera por otro motivo, surgido quién sabe de dónde, y desaparecido luego de mi memoria, como desaparece la semilla cuando la planta crece. Por otra parte, es impropio decir que piense en la guerra nuclear; en todo caso pienso en la imposibilidad de pensar en ello, pero fuera de duda que los primeros cinco o diez minutos de la mañana están dedicados al asunto en cuestión.
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