Pero hoy, con estupor, veo que me he transformado, poco a poco, precisamente en un «caso lastimoso». Leía, por ejemplo: viven en la más negra miseria. Pues bien, hoy vivo en la más negra miseria. O bien: habitan en una casa que de casa no tiene más que el nombre. Pues bien, yo vivo en Tormarancio con mi mujer y seis hijos, en una habitación cubierta completamente por colchones, y, cuando llueve, el agua va y viene como por el muelle de Ripetta. O también: la desdichada, al saber que estaba encinta, tomó una decisión criminal, deshacerse del fruto de su amor. Pues bien, esta decisión la tomamos, de común acuerdo, mi mujer y yo, cuando descubrimos que estaba encinta por séptima vez. Decidimos, en resumidas cuentas, que en cuanto mejorara el tiempo abandonaríamos a la criatura en una iglesia, confiándola a la caridad del primero que la encontrara.
Mi mujer, siempre por intercesión de aquellas buenas señoras, fue a parir al hospital, y luego, tan pronto como se encontró mejor, volvió a Tormarancio con el rorro. Al entrar en nuestro cuarto, dijo:
—¿Sabes lo que te digo? Aunque el hospital sea el hospital, me habría quedado con tal de no volver aquí.
El rorro, al oír estas palabras, empezó a chillar a pleno pulmón, como si las hubiera entendido. Era un niño hermoso y robusto, y tenía una voz muy fuerte, de forma que de noche, cuando se despertaba y empezaba a llorar, no dejaba dormir a nadie.
Cuando llegó mayo, con un aire bastante cálido como para estar al aire libre sin abrigo, salimos de Tormarancio para ir a Roma. Mi mujer llevaba al rorro apretado contra el pecho, envuelto en cantidad de trapos, como si hubiera debido abandonarlo en un campo de nieve; y cuando estuvimos en la ciudad, quizás para no demostrar su disgusto, empezó a hablar continuamente, ansiosa
Si quereis leer el rorro completo , sólo teneis que decirlo
ResponderEliminarel rorro se presta para tratar el tema de los bebes abandonados; no es mejor darlos en adopcion?
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