Luego me presenté con un «Mande» y él levanto los ojos hacia mí y me dijo, amenazador:
—Camarero, hace poco usted ha hecho una aprecia¬ción...
Fingí caer de las nubes:
—¿Apreciación?... No comprendo.
—Sí, ha emitido un juicio... La señora le ha oído.
—La señora habrá oído mal.
—La señora ha oído perfectamente.
—No comprendo... ¿Quizás el señor no quiere ya los spaghetti?... Podemos cambiar...
—Camarero, usted ha hecho una apreciación y lo sabe muy bien...
En este punto, ella se inclinó y le rogó:
—Mira... más vale dejarlo así...
El dijo, entonces:
—Llame al gerente.
Me incliné y fui a llamar al gerente. Éste vino, escu¬chó, habló, discutió, mientras ella continuaba riéndose y riéndose y él se ponía más furioso cada vez. Luego el ge¬rente vino a mi lado y me dijo en voz baja:
—Ahora sírvelos, y se acabó... Pero mira que si haces otra de éstas quedas despedido.
—Pero yo...
—•Cállate... y date prisa
De manera que les serví, en silencio, pero ella conti¬nuó riéndose durante toda la comida y él no probó boca¬do. Por último, sin tomar postre y sin dejar propina, se fueron. Pero ella continuaba aún riendo al salir por la puerta.
Después de esa primera vez, en lugar de corregirme, empeoré. Ahora ya no pensaba casi nunca: hablaba. Los días en que había poca gente y los camareros están de pie entre las mesas o a lo largo de las paredes, ociosos, me sorprendía hablando para mí, de corrido, moviendo los
El pensador fragm.1 continua en el pensador fragm. 2 .
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